Hasta la frontera

Crónicas de Marruecos en moto, parte I

 

Lucia mira la costa Marroquí desde el ferry
Lucia mira la costa Marroquí desde el ferry

Hace un par de semanas que hice la revisión de la moto, sólo aceite y filtro esta vez. Vuelvo a abrir la hoja de cálculo para añadir otras dos páginas, ya van seis, cada una con una ruta. Además sigo intentando localizar todas las gasolineras entre Erfoud y Oujda y midiendo distancias en Google Maps. Al lado, en otra pestaña abierta miro los bidones de gasolina que venden en Amazon, aunque creo que no nos harán falta, será un día largo, pero los 22 litros del depósito han de ser más que suficientes, incluso para las zonas más despobladas.

Hablo con Lucía y le cuento la nueva idea mientras sigo buscando en webs y foros si la nacional 10 es o no transitable, según Google Maps entra en territorio argelino y puesto que la frontera entre Marruecos y Argelia está cerrada desde 1994 evita esta carretera cuando prepara rutas.

Es el día, esta mañana hemos llenado las alforjas y el baúl y las hemos montado en la moto. Ahora ando recorriendo las dos calles que me separan de casa de Lucía, para recogerla, llenar el depósito y salir hacia Almería, tenemos 400 km de autovía por delante.

Kiosco duty free en el muelle antes de embarcar rumbo a Marruecos

Entramos a Almería por el Oeste, directos al puerto. A las 10 hemos cenado y estamos ya en el puerto frente el Sorolla, el barco que nos ha de llevar a Melilla. Las puertas están cerradas, en una hora llegaremos los primeros a la puerta de la bodega aunque sólo sirva para ver como nos devuelven a la casilla de salida. Eso que imprimí hace un par de días no son las tarjetas de embarque, sólo unos billetes que no sirven para subir al barco, volvemos atrás y mientras Lucía se queda con la moto, yo salgo por una portezuela que me abre un Guardia Civil para volver a la terminal y hacer cola en las taquillas de la naviera. Cuando por fin subimos al barco, está ya lleno de motos y nos envían a un rincón apartado.

Mirando el mar desde el camarote del ferry durante la travesía

Después de buscar en foros como debíamos fijar la moto en los barcos, esperaba anclajes en el suelo y unas cinchas enormes para sujetar la moto, en teoría, lo mejor es dejar la marcha puesta y usar el caballete lateral, además recomiendan llevar una toalla vieja para poner en el asiento y que la cincha no lo ensucie ni lo dañe. Días de búsqueda y dudas, averiguando cómo evitar encontrarnos a la llegada a Melilla con la moto en el suelo, hecha polvo e incapaz de arrancar, y todo para nada. Como decía subimos entre los últimos y todas las motos están en un lateral, situadas sobre el caballete central y atadas con cuerdas dudosas al lateral del barco. Así que olvidamos todas las lecturas previas e imitamos a la mayoría, caballete central y moto atada al lateral usando la defensa y el asa trasera, intentando que no pueda irse hacia adelante y caer del caballete.

Cuando suena el despertador la luces de África ya son visibles a través de la ventanilla del camarote. Arrepintiéndonos de haber dedicado 20 minutos de la noche anterior a explorar el barco nos duchamos y salimos corriendo a la cafetería, a aprovechar el café y el croissant que tenemos pagado. Mientras nos ponen los cafés el barco entra en el puerto de Melilla, los bebemos de un trago, guardamos los croissants en cualquier lado y salimos corriendo a las bodegas. Con los croissants acabándose de descongelar en el baúl salimos del barco, llenamos el depósito (a 88 céntimos el litro) y vamos en busca de la frontera.

Sin GPS y sin conocer el camino era difícil que llegásemos en línea recta al paso fronterizo, pero es fácil de encontrar. Sabiendo que está al sud-este, sólo es necesario conducir hasta la valla, girar a la izquierda y seguirla hasta la puerta. Durante un par de kilómetros viajamos a 10 metros de varias vallas, mallas 3D, alambres de espino, cuchillas, garitas… que nos separan de la pobreza, de la áfrica real, y vemos las puertas a través de las que la Guardia Civil devuelve, sin atender a razones ni al derecho internacional, a aquellos que se juegan la vida buscando una oportunidad.

Nosotros, en cambio, dedicamos una semana de vacaciones y lo poco ahorrado en los últimos meses a salir hacia el sur, en busca de aventura low cost, a lomos de una moto cargada de años y kilómetros. Y por momentos pienso que tal vez no deberíamos cruzar la frontera, que sería mejor volver sobre nuestro pasos.

A pocos kilómetros, centenares de personas, venidas de toda África, de Siria, de Irak… sobreviven en las calles o escondidos en las montañas, esperando la oportunidad de cruzar la frontera o de saltar todas esas vallas en busca del futuro que no tienen en su tierra. Y yo, que la noche anterior subía al barco mirando la hilera de BMW 1200GS y pensando que mi V-Strom con 100.000 kilómetros a sus espaldas, es la montura de un pobre con suerte, tengo la sensación de andar insultando, en un despliegue de derroche, a quienes difícilmente pueden comprar una bicicleta.

Esta sensación, que se repetirá más veces durante el viaje acaba pronto, estamos ya en la frontera atascada de coches, y varios marroquíes nos ofrecen el “papel verde” y nos dicen que avancemos entre los coches, por uno u otro hueco, que las motos no han de hacer cola. Nos resistimos a colarnos, les damos largas y nos paramos a algunos metros de la zona con más gente, localizamos los pasaportes y los papeles de la moto y esperamos que la cola avance, esperando entender el funcionamiento de la frontera a través de la observación.

Cinco minutos después, parados en el mismo sitio y sin haber conseguido entender nada hemos claudicado, aceptamos el papel verde y la ayuda. Con el beneplácito de uno de los muchos “ayudantes” marroquíes superamos la cola de 4×4 y avanzamos hasta las garitas de las aduanas marroquíes, mientras Lucía vigila la moto y siguiendo las instrucciones de nuestro ayudante, me planto cargado de papeles frente a la ventanilla.