Cruzando desiertos

Alcanzamos la parte más alta de la pequeña colina y frente a nosotros la carretera continúa serpenteando en el medio del desierto, rodeada completamente por pequeños altiplanos y formaciones de arenisca. En segundos hemos entrado en un escenario de película, y de no ser porque el teléfono anclado en el manillar recuerda que nos quedan pocos kilómetros hasta Tudela podríamos pensar que nos hemos teletransportado a cualquier desierto peliculero del medio oeste americano. El asfalto perfecto de la NA-125, los carteles de información del parque natural y los aerogeneradores que coronan algunos de los altiplanos nos recuerdan que acabamos de dejar atrás los campos de cereal y que en una veintena de kilómetros estaremos cruzando el Ebro, seguimos en España y este pequeño desierto es sólo una curiosidad geológica.

Bardenas Reales de Navarra
Bardenas Reales de Navarra
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Mientras escribo y rescribo la crónica pienso que, a veces, viajar es complicado. Esperamos meses a que lleguen las vacaciones mirando destinos y ahorrando, cuando llega el momento salimos con grandes expectativas, en busca de lugares y momentos memorables, y si nos despistamos, el viaje se convierte en una gymkhana en busca de la foto, el recuerdo o la anécdota más impresionante, o divertida, o ridícula (ahí ya depende del estilo de cada uno). Después, nos la damos de viajeros y contamos que lo importante es el camino y disfrutar cada momento, pero a veces cuando estamos en ruta lo ignoramos buscando recuerdos impresionantes que poder contar y yo mismo he empezado con el más impresionante de los lugares que visitamos.

Antes de llegar a las Bardenas, cruzamos toda Cataluña y todo Aragón, acampamos en Ejea de los Caballeros, leímos tranquilamente en la piscina municipal, tomamos unas cervezas en el camping mientras preparábamos una tortilla precocinada y unas longanizas de frankfurt para cenar y tomamos un helado. Nada emocionante, sin anécdotas ni aventuras dignas de relato ni fotos que colgar en Instagram, justo lo que necesitábamos después de meses trabajando de lunes a viernes, una semana sin rutina, tranquila, para descansar, hacer kilómetros, disfrutar de los paisajes, de las pequeñas carreteras vacías y de las comidas y las cervezas a media tarde sin estar pendientes del email, ni de los mensajes, ¡vacaciones!

Esta vez el viaje arrancaba sin excesos en las expectativas, había recorrido parte de estas carreteras pocos meses antes, de camino a Arnedillo, al sur de la Rioja, donde José Manuel Navia y Julio Llamazares impartían un taller donde nos hablaron sobre su forma de trabajar y sobre los trabajos de ambos (fotográfico Navia y literario Llamazares) relacionados con la Tierras Altas de Soria. Ahora tenía ganas de volver a esas carreteras sin prisas con Lucia, de parar con calma en las Bardenas y de visitar en silencio las Tierras Altas.

Preparando la cena en uno de los campings antes de que se haga completamente de noche
Preparando la cena en uno de los campings antes de que se haga completamente de noche

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Seguimos al oeste, camino de las Tierras Altas de Soria, dejamos atrás el desierto fotogénico y los paisajes más turísticos, aquí el desierto es poblacional, hace años que la gente emigra en busca de trabajo, climas más benignos o servicios mejores y más cercanos. En Navabellida charlamos con un anciano, nos cuenta que sólo pasa aquí algunas semanas en verano, como los pocos vecinos que aun visitan el pueblo, el resto del año vive en Tudela. Aquí son pocas las casa que se mantienen habitables, y a excepción de la suya están todas cerradas a cal y canto. A pocos metros, un pequeño perro, similar a la mayoría de los que pasean por los parques de las grandes ciudades, arranca la carne de un pequeño cordero muerto. La naturaleza gana terreno ante la ausencia de humanos, mientras las hierbas y los árboles crecen en las calles y en las casas derruidas, los animales sin dueños ni boles llenos de pienso industrial multicolor recuperan sus instintos y salen a buscar comida.

Un perro comiéndose lo que queda de un cordero en Navabellida, Soria
Un perro comiéndose lo que queda de un cordero en Navabellida, Soria

Alternamos pequeñas carreteras de curvas y pistas de tierra en buen estado, es un lugar perfecto para disfrutar de la moto. Recorremos varios pueblos de las Tierras Altas en silencio, el día ha amanecido nublado y desde que cruzamos el puerto de Oncala el frío, inesperado en Julio hace que todo parezca aún un poco más tétrico, más solitario y muy poco acogedor.

Los pueblos aún habitados son fríos y húmedos, al menos hoy. Andamos buscando el sol por calles vacías y entre casas completamente cerradas, sólo de vez en cuando vemos a alguien asomar a alguna ventana o escuchamos el rumor de alguna televisión. Los otros, ya abandonados por completo, con la mayoría de casas en ruinas y en absoluto silencio son sobrecogedores, caminamos haciendo menor ruido posible sobre las hierbas y matorrales que ocupan las antiguas calles y sintiéndonos invasores en un lugar extraño, carroñeros planeando sobre miles de viejas historias, pensando en aquellos que un día tuvieron que recoger y cargar cuanto pudieron, cerrar sus casas y abandonarlas a su suerte para no volver nunca más.

Iglesia de Aldealcardo, Soria
Iglesia de Aldealcardo, Soria

Cuando cruzamos de nuevo el puerto de Oncala y el valle se abre ante nosotros, respiro dentro del casco con la sensación de haber estado aguando la respiración todo el día, caminando bajo una ligera presión que dejamos atrás al emprender la bajada del puerto. Llegar a Soria y tomar algo entre charlas, gente de compras, niños corriendo y coches que cruzan sin descanso es volver a nuestro mundo desde uno que parece muy lejano, aunque quede sólo a 30 kilómetros.

Navabellida, Soria
Navabellida, Soria