Hacia los picos del Gran Cáucaso

Salimos de Turquía por una frontera que como el resto del país está en obras para ampliarla. Aún no hemos entrado en Georgia y ya estamos rodeados por anuncios de casinos y cerveza, esta vez el cambio si es radical al cruzar la frontera. Recorremos los pocos kilómetros que nos separan de Batumi acojonados, los coches (muchos medio desguazados) adelantan por lugares imposibles y esquivan a las vacas,  que pasean tranquilamente por la calzada, sin frenar  por una calzada estrecha y de sólo 2 carriles, algo impensable en Turquía. Las rotondas aquí, son una especie de ruleta rusa, entramos acelerando y que pase lo que tenga que pasar. Y el asfalto… se encuentra lleno de agujeros, grietas o montones de grava y arena cuanto menos lo esperas.

Ya en Batumi y tras un rato de búsqueda sin resultados, paramos a revisar el mapa y localizar el hotel. El primer georgiano que nos ve viene corriendo, casi nos asusta, a ver que nos pasa, que necesitamos. Pregunta a todo el que pasa, para taxis, coches… hasta darnos una localización (que al final no es la correcta) así será el resto del viaje, los georgianos son muy hospitalarios y se vuelcan en ayudar a cualquiera que lo necesite.

En Batumi los edificios enormes crecen en cualquier lugar y junto a ellos siguen aún las pequeñas casas rurales.

Al final llegamos al hotel, descargamos, nos damos una ducha y salimos a buscar algún lugar donde cenar. Recorremos una avenida ancha, de casas bajas con talleres y lavaderos, que nos lleva al centro donde se mezclan los bloques grises de la época soviéticos, muchos en deplorable estado de conservación, con los nuevos edificios aún más grandes que crecen sin parar en este Benidorm georgiano.

Batumi no es bonito, pero al menos, podemos pasear al lado del mar que, tras lo visto en Turquía, no es poco y tomar alguna cerveza. Además, de nuevo estamos en una ciudad y de día cuando el calor aprita y empieza a ser insoportables localizamos un pequeño centro comercial y una pizzería con aire acondicionado, tal vez no es lo más aventurero, pero se agradece. Cuando parece que el sol da un pequeño respiro salimos de nuevo a recorrer la ciudad, el mercado, el puerto y tomar una cerveza en la playa mientras una enorme tormenta se aproxima desde el mar.

La gente disfruta del Mar Negro antes de que la tormenta que lleva rato amenazando descargue sobre Batumi.

Tras un día de ciudad salimos de Batumi con ganas de aventura, subimos a Svanetia, la zona más aislada de Georgia. Encajonada entre Abjasia y Georgia del Sur, dos regiones de Georgia independizadas de facto con el apoyo de Rusia y sin acceso a Rusia porque las montañas del Cáucaso son demasiado escarpadas en esta zona. Hace un calor tremendo durante los primeros kilómetros aunque tras pasar Jvari entramos ya en una pequeña carretera de montaña y empezamos a ascender, a medida que lo hacemos el calor nos da un respiro y la carretera va empeorando. Aumentan las zonas en obras donde se convierte en una pista de tierra y la prioridad de paso es para el más grande, o el más loco. Vamos parando a hacer fotos cuando aparece algún puente colgante, casi todos en condiciones precarias o cuando empiezan a verse las primeras cimas nevadas.

Ya en Svanetia, camino de Mestia.

Llegamos a Mestia cuando aún es de día y localizamos fácilmente el camping que buscábamos. Llamarle camping es demasiado, es poco más que el patio trasero de una casa, donde caben, apretadas una docena de tiendas y una pequeña mesa de madera que hay en el centro. Montamos la tienda y salimos disparados a dar un paseo por el pueblo y tomar algo, aún hemos de preparar la cena antes de que se haga completamente de noche.

Preparando la cena en el “camping» de Mestia montado en el patio de una casa particular.

Mestia es la capital de Svanetia y está llena de torres svan, el elemento más turístico de la región, estas torres al parecer las tenían todas las casas adineradas para defenderse de posibles ataques o encerrarse en ellas si el resto salía mal. Según cuentan ellos, la zona de Svanetia nunca ha sido dominada por ninguna de las potencias que han pasado la historia guerreando, conquistando y reconquistando esta zona de Cáucaso, a medio camino entre los imperios Ruso, Otomano (actual Turquía) y Persa (actual Irán) tiene mérito. Pero, además de torres svan Mestia además tiene mil guesthouses, nuevas casas, bares… el turismo ha llegado y está transformado gran parte de la ciudad. No obstante 40 kilómetros, más arriba está Usghuli, accesible solo por una estrecha pista de tierra y más pequeño, pero libre de nuevas construcciones y con las antiguas casas y sus torres muy juntas formando un poblado compacto y que parece anclado en el tiempo. Usghuli es además, el pueblo habitado más alto de Europa.

Teníamos malas referencias de la pista y siendo dos, en una moto de más de 200kg veíamos imposible llegar a Usghuli, así que dedicamos la mañana a caminar sin rumbo por las montañas de los alrededores, lo de caminar sin rumbo tiene cosas buenas, no hay prisa, ni has de llegar a ningún lado y cosas malas, las sendas desaparecen de repente y toca subir a 4 patas por laderas escarpadas o cruzar ríos de piedra en piedra o metiendo las botas hasta el fondo. Tras la caminata y con zapatos secos preparamos algo de pasta en el camping y después de comer decidimos probar suerte con la pista a Usghuli, con la idea de hacer un intento, dar media vuelta y volver a por una cerveza.

Lucia cruzando un pequeño río en Mestia.

Para nuestra sorpresa cuando acabó el asfalto empezó el hormigon, recorrimos una decena de kilómetros sin problemas, después acabó el hormigón y empezó la tierra, a partir de ahí el hormigón aparecía y desaparecía, como los camiones que estaban trabajando en la pista. Parece que los Georgianos han decidido llevar el turismo a Usghuli, al lado de las zonas de pista que ya se han hormigonado están levantando también torres de alta tensión. Seguimos avanzando hasta encontrar el final de las obras, la zona de pista en la que aún no han empezado a trabajar. Avanzábamos prometiéndonos volver cuando las cosas se complicasen, pero cruzando sin demasiados problemas los barrizales que dejan los riachuelos que cruzan la pista y las subidas que de momento eran fáciles decidimos seguir. Las decenas de matriuskas (pequeñas furgonetas/autobús) 4×4 que suben y bajan turistas han convertido la pista en algo bastante compacto. A medida que avanzábamos apetecía más llegar y menos dar la vuelta, al final, tras alguna zona de barro profunda y un par de subidas de las que ya imponen alcanzamos Usghuli. La pena era que íbamos con el tiempo justo para aparcar, dar un paseo y emprender la vuelta si queríamos llegar a Mestia antes de que fuese de noche.

Niños a caballo en Usghuli, Svanetia.

Cuando planeé el viaje no tenía intención de hacer pistas en exceso, sólo enfrentar aquello que apareciese pero la pista de Mestia a Usghuli… le tenía ganas, porque Usghuli pintaba espectacular, porque la pista era factible con maxitrails, aunque no necesariamente fácil y porque tenía ganas de sacar partido a los neumáticos, bastante más off-road que todos los que había montado anteriormente. Así que llegar a Usghuli, algo que había dado por imposible tras los últimos días investigando y preguntando fue una inyección de moral importante, había alcanzado una de las pocas metas marcadas cuando planeaba el viaje.

Nos levantamos temprano, recogimos el camping y tras conseguir despertar a los kazajos que bloqueaban la salida con sus 4×4 salimos de Mestia aún temprano, con buena temperatura y la carretera, la misma por lo que vinimos, la única a Svanetia, casi sin tráfico. Conducimos despacio, el asfalto no da para más, comentando el paisaje, con un pequeño río a nuestra izquierda y las montañas escoltándonos a izquierda y derecha. A medida que bajamos las temperaturas van subiendo y cuando pasamos de Jvari y llegamos a la llanura las temperaturas se disparan, a mediodía con la moto marcando más de 40ºC paramos desesperados en el primer restaurante grande, por suerte con aire acondicionado, comemos algo y sobretodo disfrutamos de la temperatura.

Cuando acabamos volvemos a la carretera, atravesamos pueblos y atascos mientras las furgonetas-autobús cargadas de turistas nos adelantan por todos lados, obligando al resto de conductores a esquivarlas, con la temperatura aún por encima de los 40ºC y el sol dándonos en el cogote con todas sus fuerzas llegamos a Tbilisi a media tarde. Por fin el calor ha aflojado un poco, aparcamos, descargamos y tras poner el aire acondicionado a todo trapo en la habitación nos duchamos con agua fría.


En Tbilisi los viejos edificios en ruinas se alternan con los nuevos y modernos edificios o con los bares hipsters en antiguos edificios restaurados.

Recorremos la avenida Rustaveli, imaginando a los corresponsales enfundados en cascos militares recorriendo ministerios y oficinas de prensa durante la guerra a principio de los 90. Ahora ni siquiera el parlamento está ya aquí aunque el edificio sigue en pie y bajo fuerte vigilancia policial, justo al lado del anterior edificio parlamentario. La avenida es pequeña, al menos en comparación a las grandes avenidas de otras capitales, pero concentra la cultura (teátros, ópera…), política, tiendas, restaurantes… todo junto a un tráfico asalvajado por la escasez de semáforos y la ausencia de pasos de cebra, la única opción para cruzar de lado es usar los pasos subterráneos repletos de pequeñísimas tiendas.

Tbilisi cambia de calle a calle, tan pronto estamos rodeado de bares hipster y casas recién pintadas como aparecemos en una calle llena de edificios casi en ruinas o estamos recorriendo, detrás de una mujer que camina con pinta de saber donde va, inbrincados laberintos entre antiguos edificios soviéticos repletos de patios interiores sobre los que crecen los añadidos en las fachadas para ampliar las viviendas, por estrechos pasillos a otros patios y otros edificios y por suerte, cuando la mujer para a charlar con una vecina, ya vemos la salida a la siguiente calle, aunque hemos de encender el teléfono y buscar en Google Maps donde hemos ido a parar.

Viejo edificio residencial de la época soviética. Muchas de las familias acaban ampliando las pequeñas viviendas a base de ampliar y cerrar balcones, a veces de forma temeraria.

Tras un par de días de relax, con la ropa limpia y cansados del calor de Tbilisi decidimos volver a la montaña, esta vez por la carretera militar que acaba en el único paso fronterizo entre Georgia y Rusia. Salimos temprano y cuando el sol empieza a calentar ya estamos bastante altos y la temperatura es agradable. La carretera es precaria, las vacas aparecen en cualquier lado y se tumban a descansar en los puentes, mientras lo coches y los viejos camiones Kamaz, que recorren la carretera con sus dos remolques cargados hasta arriba renqueando en cada subida y expulsando grandes humaredas negras que nos hacen contener la respiración en cada adelantamiento.

Antes de llegar a Stepantsminda paramos a ver el monumento soviético a la amistad Ruso-Georgiana. Un inmenso mural de azulejos situado en un círculo elevado sobre arcos que permiten ver las espectaculares montañas de los alrededores. Cuando llegamos el acceso está lleno de minibuses turísticos, coches y vendedores cargados de forros peludos (algunos enormes) que probablemente derritan la cabeza de quien se atreva a ponérselo bajo el sol veraniego.

El turismo crece imparable en Georgia y con el la construcción, también en Stepantsminda al final de la carretera militar georgiana.

Stepantsminda es un pequeño pueblo situado justo antes de que el valle se estreche y no deje espacio para más que la pequeña carretera hasta la frontera con Rusia, una docena de kilómetros más arriba. Enfrente se ve un glaciar coronado por una pequeña nube estática que aparentemente forma el agua al evaporarse. Recorremos el pueblo, cenamos tranquilos en una terraza, la comida siempre esta riquísima en Georgia, y eso que esta vez ni siquiera pedimos cachipuri, el plato típico, un espectacular pan relleno de queso, huevo…

La mañana siguiente compramos pan, frankfurts y nos lanzamos a conquistar el glaciar, una docena de kilómetros con un desnivel demencial, nada que no podamos afrontar un par de urbanitas sedentarios, poco preparados y escasos de agua. En Georgia, el agua brota de casi cualquier lado, las fuentes, los riachuelos y los ríos llenan el país, todo menos la senda que sube al glaciar, no localizamos ni un mísero charco donde rellenar la botella. A falta de una mochila en condiciones para la subida confiamos en encontrar agua y rellenar la botella con filtro que nos permite llenar en cualquier lado y beber con garantias, pero… aquí no hay agua, cuando llevamos dos tercios del camino, tras más de tres horas de ascenso continuo no podemos con nuestras almas. Paramos por enésima vez viendo como el camino sigue subiendo cada vez más y sin garantías de ir a encontrar agua.

Preparando la comida para salir hacia el glaciar visible al fondo.

Decidimos dar la vuelta y descender con el agua que nos queda. Cuando alcanzamos la pequeña iglesia corremos a comprar agua y bebemos como posesos. Hemos caminado casi 6 horas, comemos los bocatas junto a la iglesia y sobretodo cerca de la fuente, que placer tener agua de sobra. Tras ver la iglesia volvemos al pueblo nos hemos ganado unas cervezas tranquilas en el cámping.

Desde Stepantsminda salimos rumbo a Armenia, con una parada en Rustavi, una ciudad industrial, construida en la época soviética para los trabajadores de la planta metalúrgica. Como en la mayoría de paises ex-soviéticos que recorremos estas antiguas naves gigantescas están abandonadas en un 90% pero en algunas zonas se han instalado pequeñas fábricas o talleres que siguen en funcionamiento en las precarias instalaciones. Recorremos la zona industrial haciendo algunas fotos y vamos al centro de la ciudad, una amplia avenida flanqueada por enormes moles de estilo estalinista, que con su aspecto neo-clásico contrastan con los edificios residenciales de las afueras, los típicos bloques de hormigón prefabricado donde aún vive la mayoría de la población.

Chimeneas en la zona industrial de Rustavi.

Nos despertamos temprano en Rustavi, recogemos, cargamos la moto y salimos hacia la próxima frontera, Armenia.

 

rumbo al mar negro