Turistas

Crónicas de Marruecos en moto, parte II

Con la frontera a nuestras espaldas paramos a guardar pasaportes, ponernos los guantes y averiguar hacia dónde ir. Aun estamos guardando los los pasaportes y varios niños y un par de mujeres aparecen a nuestro lado pidiéndonos dinero. En cada barco que llega a Melilla viajan decenas de 4×4 y motos cargados de turistas como nosotros. Muchos les darán unas monedas, suficiente para pasar un día más, pero con la obligación implícita de volver al día siguiente. Al final, para muchos es más rentable esperar las monedas de los turistas que ir al colegio o trabajar.

Paisajes de Marruecos

Como la mayoría, llegamos a Marruecos para conocer su cultura y tradiciones, aprender, vivir una “aventura” que nos saque de la rutina, descubrir mundo… pero nuestro dinero, que es la principal fuente de riqueza de muchas ciudades, destruye su cultura, les lleva a convertir sus tradiciones en atracciones de parque temático y reduce sus costumbres a anécdotas de trago fácil para turistas con prisas. Inevitablemente cada turista (también los “viajeros”) destruye, un poco más, el lugar al que viaja.

Por suerte no todo es malo, el turismo permite intercambiar conocimientos y cultura, y es una fuente de progreso para turistas y locales. Pero encontrar el equilibro entre venderse y conservar las costumbres es complicado, más aún cuando la dependencia del turismo es casi total, como ocurre en algunas zonas de Marruecos.

Charlamos sobre la pobreza y el turismo mientras circulamos atentos a todo lo que nos rodea, buscando similitudes y diferencias en paisajes, pueblos, coches y campos con los paisajes que conocemos, vamos bordeamos la costa marroquí en dirección a Alhucemas, donde tomaremos la Nacional 2.

Pasado el mediodía me despisto unos segundos con un grupo de chavales que salen de un colegio en medio de la nada (hay muchos así) y cuando vuelvo a mirar al frente, la carretera casi ha desaparecido, el ancho se ha reducido a la mitad y a un centenar de metros un camión avanza ocupándola por completo . Por suerte llevamos un coche delante, cuando se acerca al camión, ambos se echan al arcén y los mismo hacemos nosotros. Nuestros primeros metros “off-road” no son como los había imaginado.

·   ·   ·

Una curva más, y en el siguiente valle aparece Chefchaouen, casi por completo azul y recostada en la ladera de la montaña. Entramos en la ciudad y aparcamos en el centro, tras visitar un par de hostales acabamos en la pensión Córdoba, nos han hablado bien de ella y también la guía (Trotamundos) la recomienda así que pagamos y vamos a por el equipaje. Con las alforjas ya en la habitación subimos a la terraza, el cielo, que nos ha estado amenazando todo el viaje se abre de repente y deja que unos pocos rayos de luz crucen hasta las montañas.

A nuestra llegada a Chefchaouen el sol filtrándose entre las nubes.

Salimos tarde a unas calles muy tranquilas, donde sólo quedan las últimas tiendas abiertas y los pocos turistas que todavía no han ido a cenar. Paseamos descubriendo pequeños colmados y callejas pintadas por completo en múltiples tonos de azul. La mayoría de las calles están prácticamente a oscuras, iluminadas sólo por la luz que escapa de las tiendas que permanecen todavía abiertas. En estas los tenderos acaban de recoger el género expuesto en la calle o toman un té mientras charlan antes de cerrar y volver a casa.

·   ·   ·

Tienda exponiendo el género en un callejón de Chefchaouen

Despertamos con una lluvia fina e intermitente, pero suficiente para mojar por completo las calles, tal vez por esto encontramos la mayoría aún desiertas. Tras recorrer varios lugares, acabamos desayunando en el café más cercano a la pensión, después, tras una último paseo, esta vez con los chubasqueros puestos, montamos de nuevo las alforjas y salimos rumbo a Fez. La lluvia dura poco, en menos de 100 kilómetros el sol del mediodía nos hace sudar recorriendo el desértico paisaje, aviso de lo que nos espera, que rodea la presa Al Wahda.

Llegamos a Fez sin esperar demasiado, por lo que hemos oído, esto es una mezcla entre laberinto y campo de tiro al turista. Entramos en la medina por la puerta más cercana al riad en que queremos alojarnos, enfrente tenemos un enorme hotel cerrado, algunos coches aparcados y un vigilante de seguridad aburrido, que nos avisaba de que aquí no podemos aparcar. Sólo hacen falta 20 segundos para que 3 o 4 personas nos rodeen ofreciéndonos hoteles y ayuda para llegar donde sea…

Dibujo y pintada en una calle de Fez.

Aún no nos hemos quitado los casos y nuestras peores perspectivas se materializan, agobiados y sin saber que hacer, arrancamos, damos media vuelta y salimos de la medina, en búsqueda de un lugar tranquilo donde sacar la guia y decidir que vamos a hacer.

15 minutos después entramos a pie por la misma puerta, hemos pagado un par de euros por dejar la moto vigilada fuera de la medina y un chaval joven nos acompaña al riad donde le hemos dicho tenemos reserva (al menos que no escojan el hotel por nosotros).

Tras 5 minutos recorriendo estrechos callejones, llegamos a una pequeña puerta que según nuestro ayudante es el hotel, estamos en un callejón sin salida, al que llega poca luz y la puerta, estrecha y baja parece más bien la entrada a unos calabozos. Él entra delante cargado con las alforjas y gritando en árabe, recorremos 10 metros de pasillo estrecho y de techo bajo, y tras girar la primera esquina accedemos a un gran patio interior al que se abren todas las habitaciones del riad. Mientras buscamos a alguien con la mirada, el ayudante sigue llamando a gritos. Aún tarda un par de minutos en aparece un chico que rondará la treintena, vestido con vaqueros ajustados, chaqueta de cuero y pelo engominado, nos inspira tanta confianza como un trilero de feria.

Puesta de sol en nuestro primer paseo por Fez.

Nuestro ayudante le explica la milonga sobre nuestra reserva, y nosotros pensamos si contar la verdad o seguir adelante con la mentira, cuando al fin nos pregunta le explicamos que sí, reservamos esta mañana aunque nunca hemos recibido mail de confirmación. El trilero encadena llamadas, suponemos que en busca de la reserva fantasma mientras pide a gritos que nos traigan un té.

Tras más de 20 minutos y sin explicarnos si han encontrado o no la falsa reserva, nos acompaña a revisar la habitación, es poco más que un zulo sin ventanas, techo bajo y un horrible olor a humedad, con un baño a la altura del resto. Pero ya es tarde y salir a buscar un hotel no es una opción, probablemente acabaríamos donde nuestro maletero, que sigue aquí, decidiese llevarnos. Al fin y al cabo sólo pasaremos una noche y puesto que nos cobran los 20€ que pedían en booking aceptamos, descargamos las alforjas, nos cambiamos los pantalones para moto con protecciones por unos vaqueros y salimos a ver la medina.

Puesto de comida en la media de Fez.

La llegada a Fez con el primer asalto de “ayudantes”, la media hora de espera en el hotel, sin ninguna información, la habitación hedionda y los 5€ que nos ha costado la ayuda para llegar al hotel (a 5 minutos del punto de partida) nos han dejado de mala leche y con mal cuerpo.

Recorremos la medina sin rumbo, caminando entre la multitud, hacia cualquier sitio, y bastante rápido para esquivar a tenderos que nos invitan a entrar en sus tiendas y camareros que nos ofrecen descuentos para cenar. Llevamos un par de horas de paseo, se ha hecho completamente de noche y hace un rato que llamaron a la oración desde los minaretes, las calles están ahora más tranquilas y acabamos de entrar a un pequeño jardín donde sólo quedan algunas tiendas abiertas. Bajamos el ritmo y un agradable vendedor de cerámica aprovecha para invitarnos a su tienda donde nos ofrece descuentos por ser sus últimos visitantes antes del cierre. Damos un vistazo a la cerámica que nos enseña mientras le explicamos que viajamos en moto y sin espacio para cargar nada más, después de despedirnos del vendedor seguimos paseando más relajados en busca de algún lugar donde cenar.

Acabamos en una terraza desde la que vemos los tejados de la medina, un montón de gatos saltando de uno a otro y a los peatones paseando por las callejuelas y donde cenamos tranquilos un cous cous y un tajine excelentes.

Nuestra kasbah en Fez.

Cuando volvemos, el trilero me pide que le acompañe, de camino a otro riad cercano me explica que el dueño no quiere que pasemos la noche en la habitación que nos hacia ofrecido. Este otro riad, a 2 esquinas, es del mismo dueño y está vacío. Puedo escoger cualquier habitación, así que por los mismo 20€ dormimos en una habitación de lujo con un baño fantástico y teniendo todo el riad para nosotros. Parece que nuestra suerte ha dado un giro de 180 grados y el mal rollo con que salíamos del riad hace unas horas es ahora incredulidad por la habitación en que vamos a dormir y un punto de sospecha, parece demasiado bueno para ser verdad y además cuando vamos a acostarnos comprobamos que las puertas no tienen cerrojo.

·   ·   ·

Nos levantamos enteros, con los riñones en su sitio, las sospechas olvidadas y muy contentos con el hotel, así que pedimos que nos recomienden un guía para hacer una ruta por la medina. Pero hemos confiado demasiado, nos cuelan una mañana entera recorriendo media docena de artesanos amigos que intentan vendernos, cerámica, metal, cuero, alfombras y cualquier tipo de artesanía. Tras recorrer medio polígono en busca de una fábrica de cerámica, nuestro guía, al menos, nos lleva a comer un kebab espectacular.

Una cafetería cualquiera en Fez.

 

Mercado callejero en Fez.